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viernes, 27 de marzo de 2015

Haciendo sendas derechas

Por Gabriela Rabellino

Casi a diario, a través de las noticias, de rumores en los vecindarios, en artículos de semanarios, aun en sitios de internet especializados, vemos la importancia de tratar     y  confrontar  situaciones o conductas  no  apropiadas y el  impacto negativo que la falta de atención a estos asuntos puede acarrear.


No obstante, esta  práctica continúa siendo observada mas y mas dentro del cuerpo de Cristo; dónde la confrontación a la falta, el pecado o el error es llamada falta de amor y espíritu de juicio y donde las relaciones, amistades y asociaciones ministeriales son utilizadas como una suerte de tráfico de influencias que comprometen la corrección y la disciplina, a través del volver la vista a otro lado, ignorar, cubrir o minimizar la gravedad , magnitud e impacto de estos hechos; desconociendo y dando lugar a la expansión de esta epidemia y como tal , exponiendo a esto mas y mas, a muchos.

Pero  aun la creación gime por la manifestación de los Hijos de Dios, y el mundo mira, viendo en muchos casos, con mayor claridad que aquellos bajo la influencia de esta nube que se expande hoy sobre  la iglesia de Jesucristo.

Recordemos a nuestro Maestro quien era veraz y no buscaba el favor de nadie, porque era imparcial, y enseñaba el camino de Dios con verdad.

La Palabra dice que al que ama el Señor disciplina, y más aun, que sin disciplina – de la cual todos somos participantes -  nos volvemos en ilegítimos hijos y no verdaderos.

Permanezcamos conscientes de esto, la razón de la disciplina es participar de Su santidad.

Hagamos  pues sendas derechas para nuestros y para los pies de aquellos que Dios nos ha confiado, y demos así lugar a la santidad, sin la cual nadie vera al Señor, evitando que la pierna coja se descoyunte mas por el contrario sea sanada, y no desalentada, -  al ser testigo de un transigente evangelio- sino fortaleciendo a aquellos con manos débiles y con  rodillas que flaquean.


Prediquemos a Cristo en todo tiempo y utilicemos palabras solo cuando sea necesario.

Que nuestra vida, no solamente en palabras sino en hechos, manifieste el fragante aroma de Cristo para Dios.


Que nuestros dichos, predicas, sermones y enseñanzas no sean desacreditados ni se contradigan con  nuestra forma de vivir.


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